
Y el asunto comienza por allí.
Los dolores diarios, la tensión acumulada en cuello, espalda y hombros pasa a ser historia solitaria al igual que uno, si no fuese por los gusanos esos que no les importa acompañarme en el mismo cajón que va a parar en la tierra.
"Del polvo vienes y en polvo te convertirás...", de no ser por el ataud el ciclo se cerraría por completo, volviéndome abono fértil, seno maternal para que crezca una semilla con las raices por donde se estirarían mis nuevas piernas; hojas fibrosas en aumento cual músculos que antaño movieron estos brazos y manos para acariciar, y que ahora se dejarían hacer lo mismo por el viento.
Y en tronco... "tronco humano", bonita ironía!, por el que fluye la rica sangre-clorofila: continuo torrente de vaivenes, de sueños de elevación, de despegue de esta camisa de fuerza en la que mi familia se empeñó en meterme al morir.
Los hombres no son árboles... serían.
Tal vez por ello existe tanto afán de derribarlos, a los árboles... no vaya a ser que un día les de por tomar el camino de vuelta.